Joyas de la intolerancia nacional
Fuente: Milenio Diario
Escribe: Roberto Blancarte
Hay declaraciones que no tienen desperdicio. Son verdaderas joyas de la intolerancia nacional. De acuerdo con lo reportado en la nota de Eugenia Jiménez, publicada por MILENIO el pasado sábado 4 de octubre, el único obispo miembro de los Legionarios de Cristo, encargado de la Prelatura de Cancún-Chetumal, nos acaba de regalar unas perlas de la intolerancia, dignas de tiempos de la Colonia, donde la Santa Inquisición campeaba con la ayuda del poder virreinal. El problema es que dicho prelado, Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, evidentemente confundió las épocas (¿o no?), pues en tiempos de Estado laico y de separación entre éste y las iglesias, se le ocurre hablar con los representantes de la Subsecretaría de Población, Migración y Asuntos Religiosos para advertirles del peligro que “las sectas” representan para la población y de la importancia de que el gobierno las vete y les niegue el registro. Según dicha nota, la Prelatura de Cancún-Chetumal, a cargo de los Legionarios durante 38 años, “ha detectado que las sectas se han convertido en un problema debido al crecimiento de la población, que la ha colocado en la mira de esos grupos”. Así que el obispo Elizondo le pide a este gobierno que se convierta, como antaño, en el brazo armado de la Iglesia católica.
El alegato del prelado católico es bien conocido, aunque yo suponía ya superado, en estos tiempos de supuesto reconocimiento de México como un país plural y diverso. No es el caso, desafortunadamente. La “acusación”, es la misma de hace muchos años: “Las sectas invaden el país”, “son dañinas para los mexicanos”, “les lavan el cerebro”, “se aprovechan de su pobreza, desempleo y falta de opciones”, algunas “hacen su agosto con la gente”, otras adquieren “modas satánicas” y usarían juegos esotéricos que son perjudiciales para la gente, la cual puede quedar “infectada o afectada o poseída por el demonio”. Me da la impresión de estar leyendo documentos del siglo XVI elaborados por la Inquisición.
Pero las joyas no acaban allí. El prelado admite que algunas de estas sectas “les quitan de los vicios con métodos extraños, aunado al lavado de cerebro”, por lo que la gente “se queda medio enajenada, además de que les obligan a darles el diezmo”. Reconoce que hay un vacío pastoral de la Iglesia católica en esta zona, pues ésta, con sólo 98 sacerdotes, no puede atender a un millón 235 mil habitantes. Y ese “vacío” sería un factor que ayuda a otras ofertas religiosas “que se dedican a la santería y a cosas raras”, algunas de las cuales vienen de Cuba o de Centroamérica.
No me va a alcanzar este artículo para refutar tantas tonterías; pero lo intentaré. Empecemos con lo último: imagínese usted si alguien comenzara a decir que esto del cristianismo nos viene de lugares tan raros y extraños como Palestina o Israel. Si nos pusiéramos muy localistas, las únicas religiones que deberíamos aceptar son las nativas, es decir las prehispánicas. Lo demás es extranjerizante.
Respecto al abuso de los pobres y la manipulación de su desesperación, ningún prelado católico podría hablar, pues desde cierta perspectiva se podría alegar que eso es lo que ha hecho la Iglesia católica durante cinco siglos en América. Lo del diezmo suena más a envidia que a conocimientos históricos, pues el propio episcopado ha encabezado diversos intentos para restablecerlo de diversas formas y no le ha funcionado.
Las otras iglesias por lo menos les quitan los vicios a algunos conversos; la Iglesia católica ni siquiera parece capaz de hacer eso. Y lo del lavado de cerebro a lo mejor existe en algunos grupos religiosos; pero francamente sería muy difícil distinguir entre los métodos utilizados por los propios Legionarios para convencer a niños de 11 y 12 años a sumarse a su movimiento y los utilizados por los llamados “nuevos movimientos religiosos”.
Lo que puede ser cierto es que hay un relativo “vacío religioso”. Pero todos los vacíos se ocupan y la Iglesia católica tiene que entender que su incapacidad para llenarlos ha permitido que otras ofertas cubran las necesidades religiosas de los habitantes de la región. Afortunadamente, no le toca a la Iglesia católica ni a ninguna otra Iglesia o grupo religioso, definir legalmente lo que es válido como creencia. Si alguna es peligrosa, para eso están los códigos penales. Es decir, si hay una religión que, por ejemplo, promueve el sacrificio de seres humanos o cualquier otra cosa penada por la ley, pues las autoridades no tienen más que aplicarla. Pero un miembro de una dirigencia religiosa no puede acusar a otra religión de ser peligrosa, simple y sencillamente porque lo es desde su perspectiva. Todos podrían acusarse de lo mismo y un ateo podría acusar a todas de ser nocivas para la salud mental de las personas.
Por cierto, la última joya del prelado de los legionarios es la mejor: su mayor preocupación son “las personas que se declaran sin religión”. Como si eso las hiciera malas o peligrosas. A mí me preocupa, por el contrario, la intolerancia de este prelado y su peligrosidad para la convivencia armoniosa entre creyentes de diversas religiones o con los no creyentes. Estoy tentado a ir a la Subsecretaría de Asuntos Religiosos para pedir que lo vigilen y de ser posible, lo veten y le retiren su registro.
Fuente: Milenio DiarioEscribe: Roberto Blancarte
Hay declaraciones que no tienen desperdicio. Son verdaderas joyas de la intolerancia nacional. De acuerdo con lo reportado en la nota de Eugenia Jiménez, publicada por MILENIO el pasado sábado 4 de octubre, el único obispo miembro de los Legionarios de Cristo, encargado de la Prelatura de Cancún-Chetumal, nos acaba de regalar unas perlas de la intolerancia, dignas de tiempos de la Colonia, donde la Santa Inquisición campeaba con la ayuda del poder virreinal. El problema es que dicho prelado, Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, evidentemente confundió las épocas (¿o no?), pues en tiempos de Estado laico y de separación entre éste y las iglesias, se le ocurre hablar con los representantes de la Subsecretaría de Población, Migración y Asuntos Religiosos para advertirles del peligro que “las sectas” representan para la población y de la importancia de que el gobierno las vete y les niegue el registro. Según dicha nota, la Prelatura de Cancún-Chetumal, a cargo de los Legionarios durante 38 años, “ha detectado que las sectas se han convertido en un problema debido al crecimiento de la población, que la ha colocado en la mira de esos grupos”. Así que el obispo Elizondo le pide a este gobierno que se convierta, como antaño, en el brazo armado de la Iglesia católica.
El alegato del prelado católico es bien conocido, aunque yo suponía ya superado, en estos tiempos de supuesto reconocimiento de México como un país plural y diverso. No es el caso, desafortunadamente. La “acusación”, es la misma de hace muchos años: “Las sectas invaden el país”, “son dañinas para los mexicanos”, “les lavan el cerebro”, “se aprovechan de su pobreza, desempleo y falta de opciones”, algunas “hacen su agosto con la gente”, otras adquieren “modas satánicas” y usarían juegos esotéricos que son perjudiciales para la gente, la cual puede quedar “infectada o afectada o poseída por el demonio”. Me da la impresión de estar leyendo documentos del siglo XVI elaborados por la Inquisición.
Pero las joyas no acaban allí. El prelado admite que algunas de estas sectas “les quitan de los vicios con métodos extraños, aunado al lavado de cerebro”, por lo que la gente “se queda medio enajenada, además de que les obligan a darles el diezmo”. Reconoce que hay un vacío pastoral de la Iglesia católica en esta zona, pues ésta, con sólo 98 sacerdotes, no puede atender a un millón 235 mil habitantes. Y ese “vacío” sería un factor que ayuda a otras ofertas religiosas “que se dedican a la santería y a cosas raras”, algunas de las cuales vienen de Cuba o de Centroamérica.
No me va a alcanzar este artículo para refutar tantas tonterías; pero lo intentaré. Empecemos con lo último: imagínese usted si alguien comenzara a decir que esto del cristianismo nos viene de lugares tan raros y extraños como Palestina o Israel. Si nos pusiéramos muy localistas, las únicas religiones que deberíamos aceptar son las nativas, es decir las prehispánicas. Lo demás es extranjerizante.
Respecto al abuso de los pobres y la manipulación de su desesperación, ningún prelado católico podría hablar, pues desde cierta perspectiva se podría alegar que eso es lo que ha hecho la Iglesia católica durante cinco siglos en América. Lo del diezmo suena más a envidia que a conocimientos históricos, pues el propio episcopado ha encabezado diversos intentos para restablecerlo de diversas formas y no le ha funcionado.
Las otras iglesias por lo menos les quitan los vicios a algunos conversos; la Iglesia católica ni siquiera parece capaz de hacer eso. Y lo del lavado de cerebro a lo mejor existe en algunos grupos religiosos; pero francamente sería muy difícil distinguir entre los métodos utilizados por los propios Legionarios para convencer a niños de 11 y 12 años a sumarse a su movimiento y los utilizados por los llamados “nuevos movimientos religiosos”.
Lo que puede ser cierto es que hay un relativo “vacío religioso”. Pero todos los vacíos se ocupan y la Iglesia católica tiene que entender que su incapacidad para llenarlos ha permitido que otras ofertas cubran las necesidades religiosas de los habitantes de la región. Afortunadamente, no le toca a la Iglesia católica ni a ninguna otra Iglesia o grupo religioso, definir legalmente lo que es válido como creencia. Si alguna es peligrosa, para eso están los códigos penales. Es decir, si hay una religión que, por ejemplo, promueve el sacrificio de seres humanos o cualquier otra cosa penada por la ley, pues las autoridades no tienen más que aplicarla. Pero un miembro de una dirigencia religiosa no puede acusar a otra religión de ser peligrosa, simple y sencillamente porque lo es desde su perspectiva. Todos podrían acusarse de lo mismo y un ateo podría acusar a todas de ser nocivas para la salud mental de las personas.
Por cierto, la última joya del prelado de los legionarios es la mejor: su mayor preocupación son “las personas que se declaran sin religión”. Como si eso las hiciera malas o peligrosas. A mí me preocupa, por el contrario, la intolerancia de este prelado y su peligrosidad para la convivencia armoniosa entre creyentes de diversas religiones o con los no creyentes. Estoy tentado a ir a la Subsecretaría de Asuntos Religiosos para pedir que lo vigilen y de ser posible, lo veten y le retiren su registro.