martes, 13 de octubre de 2009

Patricia Clarembaux: "Jamás entraría a una cárcel sin compañía de un evangélico"

Caracas, Venezuela.- (SECOSICE) Armas, drogas y homicidios tras los muros es lo que la periodista venezolana Patricia Clarembaux recoge en su libro "A ese infierno ya no vuelvo", que cuenta el drama de las cárceles de Venezuela, las más violentas de América.

En los 31 centros penitenciarios que albergan a unos 24.360 presos murieron 422 reclusos en 2008, lo que convierte a Venezuela en el país del continente con más muertes violentas intramuros, según datos del Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP). Afirma el Observatorio que el número de muertes violentas en las prisiones venezolanas superó en 2008 las que hubo en todas las cárceles de México, Brasil, Colombia y Perú juntas, y si se amplía la muestra a los últimos diez años, se alcanza un total de 3.664 asesinados.

Cárceles hacinadas, sin paredes, en las que se acumulan la basura y los excrementos, en las que los presos están mejor armados que los guardias que los custodian y en las que se puede conseguir cualquier droga fue lo que se encontró la periodista. Ni siquiera la religión sirve para redimir a este sector, ya que los evangélicos, que tienen pabellones especiales y que son las personas más respetadas dentro de los penales, exigen verdaderas pruebas de fe para aceptar a sus miembros.

Clarembaux aclara que jamás entraría en un penal sin la compañía de evangélicos, que "caminan por cualquier pabellón o celda, se abrazan a todos y son respetados" a diferencia de los católicos, que "no tienen ninguna credibilidad" en las cárceles.

"Los penales convierten a los privados de libertad en seres imposibles para la sociedad ya que en lugar de rehabilitarlos les dan herramientas para ser mejores delincuentes", explica en una entrevista a Efe Clarembaux, quien nunca se refiere a ellos como presos para "no ofenderlos" y "humanizarlos".

Según la periodista, la causa principal de esta situación proviene de fuera de los muros, de una sociedad en la que muchos niños crecen en los barrios sin figura paterna, con madres que no pueden prestar atención a su educación por trabajar todo el día y en los que los delincuentes son el patrón ejemplar.
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